Por Flor Braier
La humedad
Nos despertamos tarde. Es el primer día en el departamento. La cama es el único espacio vacío en el cosmos de cajas sin abrir. Tardo en levantarme. Le miro las manos. Todavía son suaves. Todavía me gustan. Ésta es la fórmula para seguir juntos; un nuevo lugar, sin las marcas del tiempo. Cerca de la ventana; una cordillera inestable de libros irrumpe desde el suelo. Allá lejos; el Río de la Plata, una mancha marrón con horizonte de mar.
Bajo al bar de la esquina a comprar dos cortados para llevar. La cafetera está rota y por ahora no podemos permitirnos una nueva. O al menos ésa es la sensación que manejamos. Cuando vuelvo, nos entregamos de lleno a la tarea del orden. –Juan, éste libro es tuyo, no sé qué hacía en mi caja–. Escuchamos música a un volumen alto así no tenemos que hablar. Algunas novedades discográficas, otros clásicos infalibles. Cuando llega la noche estamos demasiado cansados para cocinar y alguno de los dos hace la pregunta retórica ¿pedimos lo de siempre?.
Al día siguiente, salgo en ayunas de nuevo. Vuelvo con los vasos de plástico quemándome en las manos. Al llegar al edificio, me detiene el portero. Aparentemente hay un moho tóxico en expansión y están evacuando a los vecinos. –Un problema de humedad que invadió todo el inmueble–. Me quedo mirando una mancha verde oscuro casi negro en la pared del hall. No sé cómo no la había visto antes. Es gigante y trepa por la pared de la escalera. Baja una vecina joven con un pañuelo en la boca, tosiendo y hablando con un perito del seguro del edificio que le explica que no se puede respirar ese aire contaminado. –Tienen que evacuar hasta que resolvamos el problema-. Dejo los cafés en la mesa de la entrada y camino como una autómata. Atravieso el barrio abstracto de rascacielos y puentes y de pronto estoy frente en el río. Avanzo entre montañas de escombros y aves delicadas hasta llegar a la avenida.
Al llegar al edificio, me detiene el portero. Aparentemente hay un moho tóxico en expansión y están evacuando a los vecinos.
Ya en el taxi, miro mi celular y no hay ningún mensaje. Sin embargo mis dedos en la pantalla van a toda velocidad mientras las luces de los semáforos encienden su verde más radiante. Abro la billetera y miro el número secreto de la tarjeta de crédito. 337. Entonces aparece la confirmación. Es una compra. Irreversible. Es un pasaje de avión. Siempre quise conocer Chile. Siempre me imaginé una vida ahí. Estoy llegando al aeropuerto y no sé nada de Juan. Quizás tuvo tiempo de armar una mochila con algunas mudas de ropa. Cuando cruzamos la cordillera de Los Andes una azafata anuncia con voz serena que hay que abrocharse los cinturones de seguridad. Después de las turbulencias, aterrizamos. No tengo equipaje así que busco la salida y sigo caminando. Le escribo un mensaje a Juan para decirle que puede quedarse con mis libros y para contarle que desde el avión vi una nube insólita, extraña. No pude mirarla directamente porque el sol le quemaba los bordes. Tenía la forma exacta de la mancha.
Bicho torito
Empezar a darle guerra al bicho torito
que se come las raíces del jardín
aplacar lo ríspido en las llamadas larga distancia
¿traficar más imágenes, menos palabras?
recordar nombres propios, anécdotas que armen
un sentido ilusorio de unidad
consultar para eso a Claudia
antes de que sea mamá y acceda
al otro lado de las cosas
comprar olla pequeña
mirar el pronóstico y en caso de ser negativo
destender la ropa sin vacilar
invertir prioridades
describir residuos del sueño
sin pretensiones literarias:
el agua las flores el gato el vampiro-bebé
lograr una presencia menos intensa
más difusa en el trabajo y en el mapa familiar
abandonar la idea del orden oriental
evaluar colores para pintar la reja de la ventana
pero sobre todo empezar
a darle guerra al bicho torito
que se come todas las raíces del jardín.
Inundación
Un día me despierto y el agua
me llega hasta las rodillas
los libros ondean como peces de río
una bufanda nada a la deriva
la vajilla se hunde
solo flotan las tacitas chinas
ya es tarde para salvar el manual de insectos
que es parte del fondo marino
y yo que quería hacer tantas cosas
ser bailarina
esperar el tren en polainas
estirar el brazo como un junco
por arriba de la cabeza
caer siempre bien parada
impuntual pero esbelta
rota pero esbelta.

Flor Braier Kantor publicó dos libros de poemas: Bambalinas (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires) y Los nombres propios (Editorial Caleta Olivia, Buenos Aires). Poemas suyos formaron parte de la antología Poemas y relatos desde el Sur (Ediciones Carena, Barcelona). Como música solista su último disco editado es Duermen los animales.