Sobre el vicio
“El conocimiento del vicio es principio de la virtud”
Séneca
Interrumpe la quietud de un cuerpo, dando muerte a la moral
con la media que decora un muslo y a tres cuartos sobre la rodilla se desliza
impúdica e imperfecta sobre la piel.
Siente húmeda la savia que brota del roble o el calor de una humareda de tabaco que exhala la boca que sin besar se muestra profana.
Esta avidez purpura, mientras corra fresca se ha de beber alimentando un corazón que errante sin goce endurecerá a edad temprana.
Es el anhelo que por aquiescencia concede la sangre del saber
dicha de una virtud concupiscente con que se nace y se apetece fallecer.
Venerable se vuelve la vida
cuando existe el gusto toxicómano
de amar por impulso a los extraños.
Insufrible es la muerte del narciso que padece de pie al no encontrar silla que asista el
cansancio por desmedidamente amarse.
Mujer que anda en sus dos pies
con dos alas se aleja entre las nubes y la rectitud del horizonte
ondean sus cabellos en el viento
con la quietud de un infante dormido
entre la bruma del bosque.
Sustancia corpórea busca compañía nocturna
observando una mirada ignota en la oscuridad,
ardiente explora en la luz un halo de deseo .
Entre recovecos
juegan desnudos los lampíridos
con la refulgencia de los candiles
a media noche
camuflando su luz
para no ser encontrados.
Mar de fondo
No se temía a la tempestad oceánica ni a la envergadura de las olas, que aseguraban ya de manera anticipada un desastre natural. Fuimos presas de una ensoñación continua en esa faena de navegante noctívago.
Expectante me detuve a observar cada escena marina que suavemente brindaba un idílico placer que imantaba los cuerpos entre la espuma asegurando la permanencia etérea. Las almas se hicieron una en el firmamento y tal como decía el vaticinio sucedió la muerte del robalo al fracturársele la cola inoportunamente, fue así que murió su sueño de pez y con ello el azul del océano.
Para ese entonces las ballenas no navegaron más a voluntad, ni las ostras adornaron más el cabello de las sirenas cuyas colas en movimiento precipitaron la marea.
Nos sujetamos a la barca con todas nuestras fuerzas para no caer al fondo, para no perdernos más en la emotividad efímera que producen los corales, tan solo queríamos paz y la encontrábamos en ese ir y venir de las gaviotas , en la libertad a flote , en la turbulencia del movimiento que vehemente nos arrojaba a la tierra.
En la angustia del silencio
Que oscura es la noche y que gélido el viento, traspasando los huesos como si fuera púas que arrancan la piel.
Ciento un miedos siniestros enmudecen, el plenilunio llama a la muerte acechando como ave rapaz, observando como vesánica estrige.
Bestia silente que engulle, engulle la carne y el alma, bebiendo la sangre disipándola del cuerpo.
Cataclismo
Era una sensación de huesos desnudos
seda tocando mis pies
a corazón abierto
un dolor que no alcanzo
detrás de mi espalda
insospechado.
Sobrevivo a un corto margen de tiempo
observo detenidamente
mi reflejo tras las vidrieras en la calle
desconcertada como si no me conociera
emerge la visión de un cuerpo roto
corro de un punto a otro
por el alfeizar de la ventana
me arrojo
cuando me ha cansado el equilibrio.
Montserrat Castañeda (Zacatecas, 1991). Realizó estudios de Conservación y Restauración de arte. Ha participado en diversos talleres de poesía y escritura impartidos por escritores de gran trayectoria como el escritor y periodista Alejandro Toledo y la poeta Carmen Villoro. Publicaciones: El sol de Zacatecas, El Guarda textos, Falsaria red literaria y Revista Cultural Puertos en España.
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