Traste
Acomodo un balde vacío
en medio de la sala
para atrapar la lluvia
pero ningún traste que amortigüe
el sudor de tierra que abolla las macetas de las rosas
La verdad es que hoy no estoy de humor para tantas guerras
para sembrar palmeras que den sombra a las estatuas,
también es bueno amar las cosas simples
las tazas y su olor a pan
el tiempo
calcular la hondura del mar
y suponer que es metálico
que hay historias dulces que no se cuentan porquesí
que hay cadáveres jugando al ajedrez
con la lengua del poema
me he tragado cenizas
y algunas onzas de desprecio
pero necesito un día
a lo mejor ser distante, huérfana de cuerpo
coser con tristeza
mi esqueleto
San Felipe
Por cada noche que duermo
amanecen dos días
ninguno vivo
Tú esperas
el canto del río
marcado por los pasos de los hombres
A mí no me importa esperar la bilis
es más: no me importan mis órganos en absoluto
desde hoy debo planear, inventar abril en septiembre
encadenar el vientre en el aire
prenderle fuego a mis vestidos
Y esperar
el canto del océano
marcado por las pisadas de nosotras
abofetear al rostro chocante
de la mañana.
Luis
La orilla donde me acobardo y muerdo el vértigo
tendría que ser tu nombre
este monosílabo con que te llamo
que no te alcanza para decirle a todos lo que eres cuando te presentas
Te vi
anónimo
caminar entre rostros refugiados en sus propios nombres,
uno se acostumbra a mirar con los ojos.
Yo fundaba mi esperanza de ti en el paladar.
Saberte
y abrir la hendidura de mis horas muertas
en el viaje amantísimo a la certeza.
Y qué voy a hacer.
A dónde iré a recoger mi cuerpo
cuando sepa tu dirección,
La hora exacta en que naciste.
II (de Todos los árboles sufren de insomnio)
Mi padre tiene los ojos agotados
como dos cáscaras de uva
que me miraron antes
completas y alegres.
-Me hago viejo, confiesa
Y espanto a las moscas del tiempo
con un manotazo:
-Todo lo demás te funciona bien
Pero sus ojos orientales y solitarios
apenas conocidos entre ellos
son mi tesoro,
la pureza del recuerdo que no se guarda.
Sus ojos,
campiñas arrendadas que prestaron su sol para abastecerse de días,
y traer a gotas
su mismo cuerpo, pero henchido
su misma piel, pero helada.
Sus ojos,
grietas de luz
que despertaron una mañana
con miedo a la sombra
para decirnos que el tiempo
no es redondo.
Katia Rejón Márquez (Cd. Del Carmen, 1993) Licenciada en periodismo. Vive en Mérida. Directora de la revista digital de arte y cultura Memorias de nómada. Coordinadora del Centro Cultural El Colibrí. Reportera en el periódico La Jornada Maya. Tiene un diplomado en Periodismo y Storytelling por la Anáhuac Mayab. Miembro del consejo editorial de Efecto Antabús. Colabora en Tropo a la uña. Primer lugar en el Premio de Periodismo Cuauhtemoc- Moctezuma en la categoría de opinión. En poesía ha publicado en Círculo de poesía, La rabia del axolotl, Carruaje de pájaros y Enter Magazine.