Él y ella (una película improvisada)
Estás lejos.
Las sábanas de tu cama envejecen adheridas a tu cuerpo.
En ellas, fornicaste nuestros hijos y los despediste
en el texto abortivo de un papel.
/Nunca los lloramos/
Habitas dentro de tu vida que no es tu vida
porque tu vida soy yo:
Un pequeño marsupial que corre el hilo óptico
para ser mujer dentro de tu pantalla.
Sigo diciendo /te amo/ te espero/ y te odio
con la misma fuerza que tiene un campo minado
debajo de árboles felices.
No puedo hablar de ti sin contaminar
mi boca con el humo de tu ausencia.
De los rifles que disparan nuestras caras
enmohecidas de recuerdos
que no sabemos si éramos nosotros
o una película antigua que narra
el amor que tuvo Marilyn
al hombre que le enseñó a fabricar su
muerte.
Nos ha pasado todo el tiempo
y apenas toqué tu cara
por diez días –acaricié tus poros novecientas veces-
Te lloré y golpeé con rabia el equipaje
que hiciste desde el primer día
para irte de nuevo.
Ahora estás solo –en esa vida que no es tu vida-
porque tu vida soy yo.
La mujer que escribe de ti
y mira una película sobre una nadie
que acaricia un papel mojado
y sonríe a todos los hijos que nunca conocieron
al hombre que le enseñó a fabricar su muerte.
El rito de la poesía
La mujer que no soy me ofrece una taza de valeriana
y un ramo de flores.
Bebo la infusión y ahora soy la tierra
que contiene el pistilo de una flor caníbal.
La mujer que no soy pone sus dedos
dentro de mis pétalos
y yo alimento mi naturaleza con ella.
Ella llora y sonríe y descuelga todos los retratos
que guarda dentro de su corazón.
Uno a uno los arroja en mi boca.
El ritual continúa hasta que pone su cabeza
dentro de mi corola y temo hacerle daño.
Ella sigue sonriendo –cómeme, dice-
Primero beso su frente
y continúo como liturgia suicida
el ritual de su extinción.
La mujer que no soy
sigue ilesa.
Bebe una infusión de manzanilla
y deja dentro de un papel
el ritual de su muerte.
La mujer que soy
sabe que la poesía
es ese ofrecerse a uno mismo
el cuerpo que no somos
y curarlo lentamente
de sus propias heridas.
Las horas muertas
La ciudad de tus ojos ha sido demolida
del bosque de mi cérvix.
Tu imaginario dedo índice
ya no forma telarañas
en las piernas de mi sombra.
El eco de tu saliva en mi lengua
ahora es un tranvía que viaja
a otra boca.
Nuestros cuerpos
ya no forman la trenza
que impedía el movimiento del péndulo.
Ahora somos dos manecillas
que laten torpes
dentro de un reloj que solo digita,
las horas del pasado.
Sara Montaño Escobar (Loja-Ecuador, 1989). Licenciada en Psicología General. Poemas publicados en revista impresa “Fuego” (Ecuador), revista digital “Amazon” (Ecuador), “El faro” (Ecuador), “El Humo” (México), Monolito (México). Relato publicado en libro “Pasaporte” (Editorial Dadaif Cartonera, Ecuador). Forma parte del colectivo “Habemus poesía”