Maleta humana:
Que te arrastren y atiborren el pecho
con pesadas caricias.
Olvida el pálido rostro del sueño
que se debora a si mismo,
infinitos huecos carcomidos de la imagen,
el puente filoso de las palabras,
las dudas que golpean el tambor
de cuero anciano.
Que te sostenga el calor
tranceunte dormido,
arrastrado por el polvo de las calles,
reino de arenas movedisas.
El reloj tiene dos caras.
Un vacío que se traga la quietud
es el motor que mueve los segundos.
Mas allá del palacio de martirio
donde asinadas las almas
se aplastan unas a otras,
hay quienes se deslisan,
quienes surfean y toman
crestas por coronas.
El tobogan en sus brazos,
juego secreto de perros y niños,
baile que incendia la hermosura
de jovenes y patinetas.
Recorriendo el pasaje de sus besos,
lágrimas amorosas de madres concientes.
Los cuerpos se arrojan libres
y alumbra incertidumbre
en las pupilas que me leen,
rotando el vacío motor
de su destino.
Prisa:
Alargas un pie delante del otro.
Justo antes de tocar suelo,
se clavan nuestros ojos en
aquel necio nudo caliente
donde nos aprietan
la pereza de los sentidos.
Estiras la mirada resortera
disparando memoria al abismso.
Escuchamos una tuerca desplomarse.
Raudos como los tigres voraces
nos abalanzamos entre palabras
desde un apartado rincón del recuerdo,
asediando el siguiente paso.
Alguien brinda a la distancia
Repentinamente, me descubro solo en una mesa,
aislando salones para las miradas indiferentes.
Doy un trago a mi cerveza y adivino
el trazo de la esquina, esperando ver algo.
Una silla bronceada sostiene en su palma
una pila de partes descompuestas,
chamuscadas por el fermentado
ejercicio de la construcción.
Trato en vano de leer sus gestos,
como buscando pensamientos
en la geografía de una montaña.
Esa carne cocida, puesta sobre la barra
como desperdicios de botana revuelta.
Termino el primer vaso y sus
pulmones se acomodan a un ritmo,
comprendo su forma de recipiente.
La espalda arroja su cuerpo suavemente,
revelandome la arquitectura natural
de un hombre manipulando penas.
Las desplaza de un punto a otro,
cinco series de ocho movimientos.
Al terminar el segundo vaso,
se define la silueta de unos músculos
articulando con maestría su pesada sonrisa.
A través del vidrio de la caguama
ahora transparente, brindamos.
Nombre completo: Ariel Andreas López Peláez
Nacionalidad: Guatemalteca
Edad: 24 años
Sexo: Soy vato
Soy estudiante de Biología en la UADY, vivo en Mérida desde hace 10 años aproximadamente. Escribo desde que me uní al taller Drenaje: Catarsis Literaria, por ahí del 2013 con Adan Echeverría y Jorge Manzanilla como talleristas. Adán junto a Mario Pineda, sacan una antología llamada Karst: Escritores de la Peninsula Yucateca en 2016. En esa publicación aparecen algunos poemas escritos durante el taller. Por otro lado en el 2013 fundamos junto a Violeta Azcona y Fernando Vázquez, un taller de escritura llamado Espías de la Interzona.
Que bellos 🙂
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